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Piloteando zombies

 Hace dos días que mi Nokia 1100 explota de fotos de la pornografía política Argentina. Me excita la inteligencia, no la vulgaridad, pero a quién le voy a discutir si a nuestra sociedad le encanta la perversion.

Soy una mujer seducida por el arte y el buen gusto, y en una era en donde el sadomasoquismo lleva la delantera, estoy empezando a parecerme a una de esas figuras renacentistas echada en un sillón con un bebé en brazos. Bueno, salvo que nunca quise hijos y que no soy de recostarme al menos que tenga un tirón en la espalda. 

Por lo demás, considérenme una mujer de los 1800, pero no una cosiendo botones para mi marido, sino una Amelia Earhart. Corajuda, revolucionaria y la primer mujer aviadora estadounidense en cruzar el océano Atlántico—además de haber publicado varios libros que fueron bestseller.

Ahora el exitoso es el que tiene más seguidores en YouTube, nunca el innovador que rompe con los esquemas de una juventud perdida. 

¿Se imaginan a Earhart con un pañuelo verde luchando por el feminismo? No le hizo falta, porque cuando tenés claridad y garra trascendes ideales. No esperás a que el mundo cambie para vos insertarte en él, sos el cambio. Y como verán, uno bastante grande ya que fue un ícono de la época.

Sé que no encajo con toda la berretada de la falta de valores sociales que hoy atravesamos, pero hacerme la desentendida sería sumarme a ser parte del problema. Sufro de honestidad brutal y mi opinión a veces ha llegado a causar una descalificación ósea, mi sinceridad cala hondo. 

El circo actual no solo ha fortalecido el vínculo con mi soledad, sino que además ha excluido a todo débil de espíritu, ya que no queda más tiempo para sostener el candelabro a los narcisistas, que se han apoderado del vacío y la superficialidad sembrando generaciones de autómatas compulsivos adictos a la gratificación instantánea.

Me reniego a participar, estoy por tirar mi celular a la basura—matando dos pájaros de un tiro: la conexión a las torres cinco G y el acceso a mi persona indiscriminadamente—, poniéndome una linea de teléfono fijo y arrancando el router de cuajo. Cero migraña and a new life!

La llorada va a venir por parte de mi familia, cuando necesiten una sesión terapéutica a cualquier hora del día y solamente estaré disponible en  horario nocturno. 

Supongo que es el precio que uno paga por haber aprendido a escuchar con atención y no a repasar la lista del supermercado mientras alguien te habla. Por eso cuando un extrovertido me dice: — a mí socializar me energiza. Yo tiro los ojos para atrás hasta que hacen una tumba carnera y festejan la recarga del silencio. 

Si viviéramos en una sociedad equilibrada donde no predominasen los chupadores energéticos, tal vez sería un placer donar mi oído interno para

que hagan lasagna con mi solidaridad.

Pero como es sabido, el setenta porciento de la población va por tu plasma, torturándote con un soliloquio que te deja rindiendo culto al ermitaño que alguna vez fuiste. Por eso yo jamás abandono, simplemente no estoy disponible.

Si te abro la puerta considerate un afortunado y si te la cierro más aún. Hay ciertos ejemplares en el carbónico de la vida que es mejor matarlos antes de que mueran, de lo contrario corrés el riesgo de codearte con zombies que se nutren de tu distracción a la hora de identificarlos. 

Por suerte en la actualidad la mayoría lleva el símbolo distintivo del trapo en la boca,  en algún momento el karma tenía que enseñarles a escuchar and to shut the fuck up. 

Ahora la que habla soy yo, y también escribo, y si me agarrás en un buen día también te canto una canción. ¿Vieron? Eso es lo que uno aprende cuando se recluta en silencio lejos del ruido social. A mirarse para adentro y a escuchar los latidos del corazón sin ser interrumpido por una maquina de descargar sentimientos y drenarte el PH.

 

Brindo por todos los despiertos que me acompañan esta noche.

(El plagio es delito, si vas a compartir mi obra que por favor aparezca mi nombre al final del relato. Gracias).

 

Ceci Castelli

 

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