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La compulsividad de la procreación

— ¿Tenés hijos? Me preguntó un divorciado con tres.

 

— Sí, un libro escrito. Es varón y tardó tres años en nacer.

 

— Entiendo. Pero, ¿tenés hijos?

 

El hombre quería asegurarse que de si formábamos pareja juntos yo no le pidiera uno más para su colección de responsabilidades. Y yo quise afirmarle que escribir un libro y publicarlo tiene el mismo nivel de compromiso. 

Se rio irónicamente y tomó mis palabras con la pinza de las cejas que me depilo en verano. Como no me hizo ninguna gracia, me giré en un rojo tornasolado, y le dije: ¿qué? ¿Ahora ser padre y cambiar pañales es la tarea más difícil? 

 

— No, Cecille, pero no me podés comparar escribir un libro con criar a un ser humano. Come on! 

 

Harta de la maldita procreación y de un mundo superpoblado por personas que deciden traer más gente a un territorio sin recursos, le contesté:

 

— ¿Ah si? ¿Alguna vez escribiste un libro? 

 

— No, pero escribí una tesis doctoral y entiendo tu sacrificio. 

 

— No, sacrificio es aguantar a un ser humano más cuando estamos por atravesar el Apocalipsis en el planeta Tierra. Sacrifico es tolerar el llanto de hijos ajenos porque los padres no saben poner limites. Sacrificio es viajar a Europa de vacaciones y tener que escuchar a un bebé con cólicos y angustia en un avión encapsulados hasta llegar a destino. Perdoname, el sacrificio lo hacemos nosotros al tolerar a tu hijo que ocupa el orgullo de éxito sanguíneo. 

 

— Wow! Nunca conocí a alguien que odiara tanto a los niños.

 

— Esa sería la salida fácil para no aceptar que tengo razón. No suelo justificarme, pero como nuestro diálogo será transcrito a mi página web, debo advertirte que amo a los niños y que este es un ataque personal hacia tu egoísmo.

 

— No entiendo, ¿cómo llegamos hasta acá? yo solo te pregunté si querías hijos, y metiste a tu libro en el medio y un prejuicio sobre mis deseos. 

 

— Ok, let me start over…¿Querés más hijos?

 

— No, tengo tres, es suficiente para el mundo superpoblado que describís. 

 

— Yo no darling, tu querida ciencia, ¿no sos Analista en Sistemas? 

Y el prejuicio sobre tus deseos lo tengo porque sospeché que estabas interesado más en la compatibilidad circunstancial conmigo que en mi alma en sí. 

 

— Bueno, si voy a iniciar una relación quisiera que sea por todos los motivos correctos. 

 

— Cariño, sos divorciado con tres hijos. T-R-E-S. No sé que será correcto para vos, pero para tu futura novia, chutarse el ADN de tu exmujer no es la gala que vos tenés planeado. Te lo aseguro. 

 

— Tengo tres hijos, ¿qué querés que haga?

 

— Que no exijas nada a nadie, porque tenés más chances de terminar con alguien a que una extraña críe hijos ajenos.

 

No llegamos ni al café que las cosas se desataron en el pasillo de las oficinas laborales. Si vuelvo a ver una checklist más flotando por mi lóbulo frontal, voy a empezar a desparramar kerosene sobre los escritorios hasta que se quemen todos los malditos ideales de gente sin sentido. 

 

¡Namaste!

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