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Atropellando zombies

Llegó el verano a San Francisco y junto a el la gente en bici con barbijo y sin casco. Supongo que morirse por quedarse sin oxígeno no es lo mismo que morirse por partirse el craneo de un guantazo. Pero después de ver al perro de mi vecino con máscara y que él me preguntara si soy republicana la que se acaba de quedar sin aire soy yo.

Ciencia y coherencia en el dos por uno de mi vida surfeando en la ciudad qué más amo. A lo mejor en vez de un virus debería visitarnos un cometa Halley que se los lleve a todos, como la película de los ochentas: Night of The Comet, en donde la ciudad queda vacía y sobreviven solo los que se quedaron adentro, ejem, ¿los escritores por ejemplo?

Aunque también recuerdo que en el film los que habían medio salido se convirtieron en zombies. Bueno, por lo menos ese plot ya lo tenemos completo, no hace falta que sigan convirtiéndose. 

Sabemos que la corporatocracia maneja las ondas sísmicas, no me sorprendería que también activen un cometa o un asteroide derechito a la calle Chestnut. Lo que esta gente no sabe es que no le temo a la muerte, pero como la masa tiene terror a que los aniquilen, habitan en el miedo que es una especie de sin vida de todas maneras. 

Trece discusiones, un consejo sobre las torres 5G y cuatro mensajes después, mi coche se quedó sin frenos. Los que me conocen un poco saben que tengo la rabia del volante, de todos los karmas preexistentes este es uno que late fuerte en mi linea de tiempo. Ir a un taller mecánico es cómo si fueran a chutarme la vacuna de Bill Gates—un desafío importante sin buenos resultados—. ¿Pero qué puede salir mal cuándo la gestión de manejar rápido me sale ochocientos dólares? Y…que el dueño del taller me reciba con una máscara blindada lista para los chispazos de una soldadura: mi tarjeta de crédito y mi cara de “harta de esta película”.

 

—Joe, conmigo te podés sacar la careta, ¿sabés? Después de todo, el cliente siempre tiene la razón, ¿no? Y si te vas a quedar sin oxígeno que por favor sea cuando la pasas por el posnet. 

 

—Lo siento, Castelli, son órdenes del gobernador, dentro del negocio me la tengo que poner. 

 

—Sí, entendido, solo quería darte la oportunidad de que seas libre por un ratito, ya que no creo que utilizar barbijo sea una buena opción.

 

—Está debatido el tema, pero siempre fui buen alumno, no me voy a rebelar a los setenta años.

 

—Claro, pero fijate que tu disciplina curricular no te lleve a la lona de un soplo.

 

—Nah, todos tenemos una hora de partida, me llegará la parca cuando me tenga que llegar.

 

—Si, bueno, fijate que hay muchos en la calle empujando esa salida, odiaría que vos fueras uno de ellos, sos un tipo honesto y me cuesta encontrar un taller mecánico que no arrase con mi ignorancia con respecto a las pastillas de freno, los discos, el carburador y las malditas maquinas estas que rolan sobre mi nerviosismo. 

 

—Tranquila, me queda gasolina para rato, y si partiría me encargaría de que te hagan el descuento que te merecés.

 

—¿Uno por no llevar bozal?

 

—Eso no te lo puedo decir yo, vos sabrás.

 

—Pensé que con dar el ejemplo gastando las pastillas alcanzaba, Joe.

 

—No sé si te recomendaría que te pongas el barbijo, Castelli, pero de seguro sacá la pata del acelerador.

 

Después de abonar la generosa suma de un pasaje a Tailandia—sin ponerlo en mi calendario imaginario porque las fronteras siguen cerradas—, solo pude consolarme pensando que si no manejara rápido probablemente se hubieran terminado todas las aventuras en mi vida. 

De tomarme aviones a paraísos desconocidos pasé a conducir por San Francisco mirando a otros vecinos cómo usan el barbijo adentro del auto.

Post data: con los vidrios subidos. Si esto no es la decadencia que alguien me lo explique.

Acá es cuando mis dieciséis años de meditación me pasan un siete de espada y se arma la joda del año en mi departamento, uno que está más cerca de la mudanza a la montaña que del plexo solar.

¿Y para qué quiero frenos nuevos? Para no pisar al próximo inadaptado y que lo declaren atropellado por el C O V I D. 

Nota al pie: separo la palabra para que no me censuren el texto, porque así de acertados son los medios, te quieren de su lado o no te quieren.

Deséenme suerte, no soy de frenar seguido. 

 

(El plagio es delito, si vas a compartir mi obra que por favor aparezca mi nombre al final del relato. Gracias).

 

Ceci Castelli

 

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