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A la chingada

Anoche después de siete meses, ciento ocho peleas callejeras, un falso título de médica para defender el oxígeno y una hoguera quemando zombies, salí a pasear por las calles de San Francisco. Convencida de que iba a enfrentarme con una ciudad desolada, dirigida por una pseudo liberalidad a cargo de un gobernador que acaba de legalizar la pedofilia, ¡las calles estaban llenas de gente! Hacía desde 1992—en donde me gané un trofeo en hockey—que no estaba tan contenta. Flameando mi sonrisa  a todo portador asintomático, recuperé mi esperanza. En un mundo donde quieren cambiar la palabra por munda, ayer toqué el cielo estrellado de La Marina—el barrio donde me encontraba viendo como la gente cenaba sin bozal puesto. Tomaban cervezas y hasta fumaban cigarrillos. Nunca pensé que iba a felicitar a un fumador por tragar humo, pero perder la libertad es mucho más costoso que perder un pulmón. Nos guiñamos el ojo y súbito lo agregué en mi lista de activistas para cuando la estupidez se vaya al tacho nuevamente.

Caminaba azorada y conmovida de tantos sitios abiertos y gente socializando, estaba con un high tan marcado que ni siquiera me importó que la persona que estaba cenando conmigo se chupara todos los dedos de la mano y masticara con la boca tan abierta que hasta pude ver su futuro. ¿Desde cuándo la   p l a n d e m i a   supera la ordinariez? 

Querido modales en la mesa: te perdono que te hayas ido de vacaciones en mi tiempo libre, porque ayer fue una buena noche. 

Perros sueltos, negocios de ropa abiertos, heladerías a tope y yo, una tipa que rezaba el Padre Nuestro por las dudas de que la incoherencia azotara nuestra libertad los últimos días de verano. Mientras caminaba por las calles cerradas con mesas afuera sonaba en mi cabeza a todo volumen “Live baby live, now that the day is over…” de INXS, recuperando mi amor por la música y por todos los humanos que asesiné desde marzo. 

Si en la ciudad más progre de Estados Unidos las veredas explotaban de matches de Tinder, cumpleaños atrasados, aniversarios y desfiles de mascotas recién salidas de la peluquería, todavía existe la ilusión de que no se dirijan al matadero por motu proprio.

O sea, ya tienen mi consentimiento desde el Imperio de Bizantino, pero ya verlos morirse por miedo a morirse desafía un poco las leyes de la gravedad.

Le di de comer a los cisnes del Palace of Fine Arts y después alimenté a los mapaches que me rodearon dando el ejemplo de lo que es comer con la boca cerrada. Un sábado épico lleno de adrenalina tirando tiros a lo “viva México” en la dimensión paralela que me contiene. 

Y hablando de México, ahí es a donde me iré muy pronto para disfrutar el final de este show mediático que me ha dejado con más millas que mi Fiat 600 de la adolescencia. Destino: Tulum. ¿Ustedes qué opinan autoridades protocolares? ¿Podré hacer buceo sin ponerme el bozal porque ya tengo la máscara puesta?

El estrés visual que esta farsa me ha causado solo puede ser remediada viajando. Un viaje a un paraíso a cinco horas de acá; un lugar donde la gente no sabe lo que es el Nuevo Orden Mundial porque no miran televisión, están en la playa tomando agua de coco y bronceándose parejo. 

Hospedaje: Marquitos Place. Un amigo de mi grupo anti sistema que maneja algo así como mi futuro: la pinche casa frente al mar. Aunque me parece que esta está sobre el mar, una suerte de terreno flotando con delfines alrededor y Hombre mirando al sudeste. Esa vendría a ser yo, una mujer mirando hacia el horizonte y reconsiderando abandonar California por un par de margaritas vírgenes y una alegría que quema fronteras.

Cuando pensé que estos tecnócratas me habían robado el sueño de  viajar sin chutarme una restricción más, mi nuevo amigo me dijo:— ¡venite, Ceci! Mínimo seis días, te voy a buscar al aeropuerto de Cancún cuando llegues. Traete la compu y escribís todas las noches. ¡Dale! 

Si este chico me conociera, jamás me hubiera insistido, soy de dejar pasar menos oportunidades que Bill Hates. 

 

—Pero Ceci, ¿lo conocés? Me preguntó mi amiga Daniela.

 

—Nadie conoce a nadie, nena, treinta años de historia. Mejor no conocerse, después se chupan los dedos en tu cara con una confianza que da asco.

 

—Bueno, pero al menos, ¿sabés algo de él?

 

—Sí, que es aventurero y solidario y tiene un olfato impecable para elegir  nuevas amistades internacionales. 

 

Mensaje para Marquitos: gracias por devolverme el verano, ¡te quiero un chingo! No vemos pronto en tu paraíso.

 

 

Ceci Castelli

 

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