La esclavitud de la ignorancia
Siete maratonistas con barbijos, la familia Ingalls en bicicleta con máscaras y cuatro peatones que no dominan la correa del perro después, me encontré una vez más en el campo de batalla: la calle. Donde los recibidos en Stanford están tragándose su propio dióxido de carbono generando una disputa entre inteligentes y verdaderamente inteligentes.
Qué lindo este show de demócratas contra republicanos.
Un teatro barrial donde se pelean los buenos con los buenos y los malos están comiendo pochoclo mientas nos agarramos de los pelos. Si seguimos así, Netflix va a empezar a facturar el doble sin director, sin guion y con cámara en mano. La película se está montando solita, producto de una separación hostil que se está chupando los dedos con nuestra disputas. Un volcán se podría haber llevado a varios inconscientes, en cambio la gente decidió darle de comer en la boca peleándose por una postura política en vez de por la libertad.
Lo reconozco, estoy asquerosamente repetitiva, y lo que más me preocupa es que mi repetición no funciona pero la de ellos sí. ¿Cuál es la que va? ¿Tener un canal de television free speech? ¿Topar las redes sociales con tres millones de videos de lo que nos están ocultando?