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El COVID y sus consecuencias

En el último mes han bajado las tasas de infidelidad, la gente ha dejado de ser promiscua y yo tuve dos propuestas de matrimonio en un mismo día.

Mensaje para mi madre: por favor no te ilusiones, el ser humano no quiere morir solo y aparentemente mi perfil les aparece en primera plana junto con el índice de infectados.

Parece ser que este virus está limpiando el vicio de una especie en declive, aunque se limpia todo menos mi radiador—que está tirándome una cadena de divorciados y aburridos de estar solos para la segunda temporada de Lost. 

El problema empezó con la extensión de la cuarentena, pero el verdadero conflicto estalló cuando la NASA advirtió que el 11 de abril un asteroide chocará contra el planeta Tierra destruyendo a casi una ciudad entera.

¡Nos vamos a morir! Me dijo uno de los candidatos involucrados en la propuesta matrimonial, “y ya que estamos por desaparecer te lo voy a decir: ¿cuándo nos casamos?”. Una declaración virtual, treinta videos de tecnología 5G alterando nuestro ADN y una imagen de un microchip después, llegó la segunda pregunta: ¿Mar o montaña? Y después la tercera: ¿Con o sin votos? El señor, un amoroso la verdad, (ya que me lleva como quince años) pero su exmujer le puso nueve demandas cuando firmaron la separación oficial. No voy a decir que esto último fue su culpa, pero si no afilamos ese contrato puede que la que termine rodando por esa colina matrimonial sea yo. 

Horas después del siniestro me contactó el Papi, mi vecino de Santo Domingo, que si no lo freno va a terminar casándose con todo el barrio. 

 

— Chica mira, tu me habías dicho que andabas con picor en la garganta, y tu Papi te hizo una sopa casera que tu no te imagina.

 

Sí, me lo imagino; esa sopa viene con cepillo de dientes y un pijama, y si no lo freno, se me instala a dormir en casa.

Pero cuando me escribió yo estaba mirando una película de vampiros y cuando me quise dar cuenta ya tenía al protagonista tocándome el timbre.

Cuando abrí la puerta estaba con unas chinelas puestas, un short negro, una remera y la sopa en un container de vidrio. 

 

— Oye mami, ¿no quería tu un chef?, pue aquí lo tiene. Esta sopa está de muerte, y si tu tiene el viru, esto te lo arranca del pecho.

 

 

— Ajá, ¿y quién me arranca esas chinelas del lóbulo frontal, eh Papi?

 

— Qué pasa chica, estas están de moda, los americanos no saben nada linda, Oscar de La Renta nació en mi país, bebé. 

 

Lo hice pasar y me senté con Oscarcito a tomar la sopa, que según él: era casera. Me contó que los ingredientes los había comprado frescos y que la madre le había enviado desde New York todos los “trucos” para que esa pócima curara el mal de los tiempos que corren. 

 

— Mami mira, ya no sé que más hacer para que te case conmigo, sé que no te gusta la cocina entonce ahora que tengo tiempo me voy a dedicar a atenderte. 

 

Y que la cuarentena le impide salir con el resto de las mujeres de San Francisco, claro. Solamente una guerra biológica pudo haber traído a este chef dominicano a mi cocina, donde me pidió la mano tres veces para que sea su mujer—y que en un futuro muy cercano los roles se inviertan y me la pase con la mopa y la cacerola en el fuego.

Se está acercando el fin del mundo y los reconocimientos ya empezaron a dar sus frutos, mucha gente se piensa que no me van a volver a ver y empezaron las serenatas nostálgicas por videollamada. 

He decidido no volver a leer las noticias y le recomendé a mi prima que lo dejara al marido ahora antes de que sea demasiado tarde. La tierra está floreciendo y los seres humanos están tomando conciencia de la superficialidad que los rodea. Se respira un aire puro y un silencio inhóspito que está limpiando la miseria de vivir incorrectamente. 

Y si llegó la hora, llegó la hora…y mientras no me agarre con un utensilio en la mano o desinfectando mi pasado, tuve una buena vida. No me arrepiento de nada y estoy lista para el “sí quiero”. Pero no el “sí quiero” de los humanos—que viene con una lista interminable de peticiones más exigentes que el Bhagavad Gita. Sino el “sí quiero” de aceptar mi realidad cómo es, aunque sea el final de una nueva era.

 

¡Un brindis por los tiempos que nos corren! 

 

Desde la calle Chestnut, un abrazo fuerte.

 

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