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Cozumel

Hoy me levanté temprano y decidí que era un buen día para abandonar la bici y dejar Tulum para irme a Cozumel. Después de todo, necesito un break; tanto aire fresco, agua transparente y cielo azul está dejando mi tiempo libre a la miseria. Esa manía que tenemos los turistas de querer hacerlo todo por si no volvemos.—¡Paraaaaa, ¿pensás morirte mañana? Me dijo mi amiga Jamie Lynn por un audio cuando le conté que me faltan 66 países por conocer.

—El próximo viaje vamos juntas, me dijo ella arrepentida de no haber venido conmigo.

 

—Linda, hay demasiado por conocer como para volver acá, y francamente, si alguien no se casa, dudo de que pise tierra Maya nuevamente. Este lugar es un sueño, un sueño para dos enamorados que están en su luna de miel. Pero para vos y yo, mejor saquemos un charter a Bélgica.

 

Para donde mirase encontraba a dos pajaritos besándose, no los culpo, es un lugar romántico, pero un tercio de la población mundial está soltera. Un poquito de por favor y un curso de matemática urgente.

¿Qué tal parrillada de mariscos para tres en vez de masaje Tailandés con descuento para aniversarios?

 

—Pero Ceci, no entiendo, ¿no hay ningún chico lindo para que salgas? Me dijo Jamie intentado remediar treinta años de historia.

 

—Tu pregunta carece de Modificador Directo, no sé si mandarte a que curses la primaria de nuevo o darte una oportunidad a que la reformules de nuevo.

 

Manejé hasta Playa del Carmen y me tomé el ferry a la perla de Cozumel, una isla con una extensión de 647,33 km². Me sé el número de memoria porque tuve la brillante idea de alquilarme una scooter para recorrerla.

Así, con un viento de la chingada que flameaba a cuatro mil nudos por minuto, mi trasero y yo atravesamos bosque, bicho en el ojo y marea para llegar a las playas paradisíacas donde no había un alma. Normal, tal vez los habitantes fueron asesinados sin ningún testigo que reclamara sus cuerpos. ¡Estoy sola en el medio de la nada! Le grité a mi moto haciéndola responsable de mi aventura. Me sentía Cecilia Dopazo en Caballos Salvajes, pero sin un Leonardo Sbaraglia que me cuidara por si se pinchaba la rueda de la moto o me chocara con un grupo de golondrinas emigrando para Cancún. Genial, de estar rodeada de gente con bozales pasé a estar en una isla desolada con un tanque de gasolina más chico que mi cartuchera de la secundaria. 

Nada, niente, nothing. Ciento ochenta kilómetros sin una estación de servicio o un puesto de primeros auxilios. 

¡Estos malditos mayas me quieren ver muerta!

¿Quién me mandó a viajar sola?! Y cuando mi diálogo interno me dio el ultimatum, un buggy descapotable con cinco hombres preciosos pasó a mi lado frenando a tres metros de mi Zanella 86’.

 

—Are you alright? Me dijo un rubio con las melenas al viento y un cigarro en la boca, con el acento británico más grueso de mis vacaciones.

 

Mi moto hacía tanto ruido que tuve que apagarla para escuchar esa melodía que me había salvado de tirarme por la colina.

 

—I think I am—le dije, con un tono de “sino me llevás al hospital de tus brazos me muero aquí y ahora”.

 

No se bajaron del auto, directamente saltaron por arriba de las puertas, tirando la botella de tequila al lado del conductor y subiéndose los lentes, como si mirarnos a los ojos hubiera sido más importante que rescatarme de la idiotez de alquilarme la pinche moto. 

 

—Darling, a pretty girl like you shouldn’t be traveling alone—me dijo otro de los miembros de la realeza británica.

 

—Desde ya que no, but what are the chances! Todas mis amigas están casadas, en bancarrota por la plandemia o cuidando a sus hijos. Hi! Me llamo Cecilia, ¿y ustedes?

 

El rubio seductor me miró corriéndose el pelo de su cara simétrica y señaló con el dedo índice a cada uno de ellos, diciendo:

 

—Tom, Maxwell, Peterson, Jay, Henry and me, Oliver. 

 

Y mientras esa R silenciosa atravesó mi pulso cardíaco, solo pude hacerles la pregunta más básica de mi IQ, ¿llegaré a dar la vuelta a toda la isla con este tanque de gasolina? 

 

—Mirá, estamos un poco alcoholizados y no sabemos bien que es un tanque, pero estás más que invitada a subirte al auto con nosotros en caso de que tengas miedo de quedarte tirada en el camino.

 

Entre morir estrellada por un par de emigrantes borrachos o terminar haciendo dedo en caso de que la moto haya sido la peor decisión de mi vida, opté por hacerme responsable de mis acciones y seguir viaje en el pinche rodado.

 

—Chicos, gracias, pero creo que va a estar todo bien. (Slight cough, wishful thinking). 

 

Me abrazaron con sus cuerpos esbeltos, perfumados y pálidamente ingleses, y yo me despedí de un potencial marido por no viajar con Jamie Lynn y dejar las cosas a su merced.

Al final llegué a recorrer toda la isla solita, la moto nunca se quedó sin gasolina y llegué a destino sana y salva. Me pregunto si los problemas no funcionan de la misma manera, creemos que existen pero solo viven en nuestra imaginación. 

Saludé a Cozumel desde el ferry y me felicité por cumplir con mi itinerario de mujer que jamás baja los brazos ante cualquier bache en el camino.

 

¡Nos vemos en la playa!

 

Ceci Castelli

 

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