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Carta para una generación perdida

Querida generación de idiotas, en algún momento les tenía que dedicar unas lineas, no porque las vayan a leer—ya que no pueden sostener la atención más de diez segundos—, sino porque tengo la esperanza de que mis palabras tengan el poder de aplastarlos contra sus pantallas digitales y apartarlos del mundo al que creen pertenecer. Pensándose originales por el simple hecho de existir, cuando no han hecho nada innovador, más que vivir del esfuerzo de generaciones pasadas que han trabajado sin parar para que ustedes se acrediten el rango. Una hipermasificación de imbéciles que se creen con más derechos porque nacieron en una década en donde no tuvieron que hacer ningún esfuerzo para conseguir lo que querían. Apretando una tecla, inventando un personaje “online” que les ha servido para desestabilizar la propia identidad, flotando al margen de la realidad. Proyectando un superhéroe que lo único que ha logrado es virtualizar las relaciones personales. Evadiendo la intimidad y el compromiso que significa un verdadero vínculo. 

Son una generación tan empobrecida y recortada que hasta los tecnócratas han limitado la cantidad de caracteres en las redes sociales para que ustedes no tengan que utilizar la inteligencia que no poseen, ya que no tienen la capacidad de conectar causa con efecto.

Son el producto de una identidad deconstruida, hiperestimulada y sin revisión personal. Si la sobrevivencia dependiera de ustedes, el promedio de vida sería de veintidós años. Sin médicos, ni músicos, ni abogados, ni profesionales idóneos, solo Youtubers e influencers que se dedican a empaparnos con su narcisismo en una lluvia de selfies y videos caseros de cómo hacerse millonario sin saber nada.

Pero lo más desconcertante de esta generación, es que no pueden resolver problemas sociales—ni hablar emocionales—, pero quieren ser protagonistas de la historia. Participando en marchas en contra de todo lo que sea heredado—ya que lo ven como opresor, racial, patriarcal o ancestral—. Se autoperciben cómo mujeres siendo hombres o cómo negros siendo blancos, pero no pueden sostener un análisis crítico con un fundamento psicológico e histórico que avale sus teorías revolucionarias. Lo que esta generación de idiotas no sabe es que estamos en una guerra cultural, del “online” contra los pensadores críticos. Del responsable emocional contra el adicto a su personaje mediático. Porque el tiempo que el idiota pierde en redes sociales, el pensador crítico lo utiliza para investigar, adoptando herramientas que le sirvan para el campo de batalla: la ignorancia.

Creo que lo más patético de estos millennials es que la dopamina de la estupidez ha trascendido a personas de cuarenta y cinco años, que ahora también actúan como adolescentes relacionándose desde lo virtual como muletilla para la evasión. Divorciados en Tinder sintiéndose valorados porque una plataforma—basada en el chantaje emocional—les ha devuelto el amor propio que habían dejado en el núcleo familiar. 

Si hoy no me hundo en el pozo de la decadencia del siglo XXI, considérenme una guerrera digital, una que puso las teclas a trabajar a favor de la consciencia. Una chica que se cruzó con muchos temerosos virtuales disfrazados de semidioses colaborando para el vacío existencial de la generación de idiotas. 

Que copian y pegan y suben y bajan y comentan y manipulan y exageran y mienten hasta convencerte de que es imposible que una asociación tan precisa no tenga la madurez emocional que se necesita para afrontar una vida. Una camada de psicópatas detrás del monitor que utilizaron la mirada del otro para materializar un escenario que encajara con nuestros deseos más profundos: la unión.

Sumado a esto, el tren colectivo de gente que está colgando banderas por el mundo haciendo un escándalo por su inclinación sexual o por su color de piel o por su religión, mientras que los globalistas—fundadores de estas organizaciones—instalan programaciones de comercio de identidades para fines de lucro y exterminación poblacional.

Y entre el pobre de alma y los autopercibidos, llegamos a la médula del proceso: la división. 

Aunque para ustedes, mis queridos millennials, esto es irrelevante, ya que nada existe fuera de ustedes mismos. Solamente el celular, que les cuelga  del pulso cardíaco como extensión de alguien que no pudieron ser y lo dejaron en manos de un dispositivo móvil que les gobierna la vida.

 

Ceci Castelli

 

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