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El cloro en los tiempos del COVID

Me levanté esta mañana y me dolía todo el cuerpo, ¿puede la vitamina C causar dolor intramuscular? Busqué el paquete y leí los efectos secundarios. Como mucho estaré publicando mi segundo libro desde el baño, pero de músculos, ni cerca. Después caminé hacia la cocina y me empezó a picar la garganta; ¡Coño! Es el polvillo de la yerba,—pensé— pero no podía parar de toser y después me mareé e inmediatamente me vinieron todas las imágenes de los noventa videos que vi en el último mes. La falta de respiradores en los hospitales, el murciélago de Wuhan aleteando sobre mi cabeza, la máscara que me hice con un pedazo de media vieja y no funcionó, un chino tomando sopa y desmayándose, la falta de alcohol en gel en las tiendas, mi estado civil que no acompaña en una epidemia, el duplicado de las llaves de mi departamento que nadie tiene, los cincuenta litros de agua tónica para prevenir el virus. Todo-junto-en-un-solo-cuadro: yo tirada en el piso tosiendo todas las historias que escribí hasta hoy. Siendo una persona apartada del terror mediático, caí en las garras de la maldita prensa amarilla y la paranoia de un censo en anfetaminas. Lograron surtir el efecto indicado: asustarme. Y eso que es difícil asustar a alguien que jamás recibió dinero del ratón Perez porque mis padres no registraban mis pérdidas dentarias.

Confundida; abatida de pensar que todos mis jugos vegetarianos y mis cócteles de medicina alternativa me estaban fallando, tuve una epifanía: de repente me acordé porque tenía una tos para el 911. Limpié mi departamento con lavandina durante tres horas— un químico más tóxico que la era que estamos viviendo. 

Me levanté del suelo inspirada y conmovida de saber que voy a seguir viviendo a pesar del poco dominio de los productos de limpieza y sus consecuencias. 

Mi mamá nunca lo supo, pero en ese momento la llamé para festejar que continuaría en este planeta. Aunque nadie supiera la clave para entrar a mi edificio y no tuviera un novio que limpiara la casa por mí.

Querido 2020: venís como la mona, si quisiste llamar la atención, hace desde enero que nos tenés acumulando papel higiénico y confrontando el termómetro. 

No estoy hablando por mí, ya que hace treinta años que estoy en cuarentena; soy escritora, no sociable. Pero mi gente ya no da más con el encierro, los niños gritando, los delfines en Venecia, la aparición súbita de platos voladores, los ciervos en el medio de la calle, y el arca de Noé desembarcando mientras todos miramos a los animalitos salvajes correr desde nuestra ventana del siglo XXI.

Entiendo que quieras darnos una lección espiritual, pero vengo mordiendo ese Rosario budista desde 1985, ¿hasta cuándo suficiente es suficiente?

Nos metiste a todos en la misma bolsa y ahora volvemos a pre-escolar para aprender los colores primarios y a aceptarnos mutuamente.

Vos querías madurez emocional y sometiste al mundo entero a una recesión económica, reventando una de las únicas motivaciones humanas: el progreso del ego y sus ramificaciones. Ahora no solo que la gente está sin trabajo, sino que no sabe cómo dirigir su pensamiento sin destruir lo poco que queda de él—ya que elevar el espíritu no fue su elección. Un microbio chino y chau activistas, políticos, jubilados, enfermos, y definitivamente, ¡chau viajeros!

La aventura de la cama al living, welcome!

Están muriéndose los buenos y los malos. Asegurate de que en cielo tengas una linea divisoria para purgar esta raza, sino te la vas a pasar trabajando arriba y abajo, 2020.

 

— Ceci, vos aprovechá,— me dijo mi madre a punto de darme una lección comercial— este es el momento para invertir en una propiedad.

 

Quererla es poco, ya que los consejos de higiene y precaución pasaron bien lejos de esta mujer corredora de bolsa inmobiliaria. 

¿Invertir? ¡No sabemos si este planeta va a seguir girando alrededor del sol y mi madre quiere que me compre una casa!

Próxima cuarentena: Saturno por favor. Creo que no puedo tolerar un periodista más hablar de la maldita familia del coronavirus.

Sé más de este virus que de mi propia genética. Y si siguen dándome lata en cualquier momento invento la pastilla y la vendo en negro en la esquina de mi barrio. 

De momento, mi amiga Jamie Lynn me envió una tableta del medicamento que ella toma para el Lupus y la artritis—que según un científico francés: cura el COVID-19. No voy a esperar a que nos aniquilen para encontrar la solución. No entenderé mucho de medicina, pero este cuerpito no va a arriesgar una gripe en nombre del Apocalipsis. 

Gauchos, ya saben, si pasan por la calle Chestnut y no les cebo un mate, es porque estoy mordiendo la pastilla roja y pasando lavandina al piso.

 

¡Carpe Diem!

 

 

 

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