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Discando al futuro

Cuatrocientas mini pepitas de chocolates, seis videos de tecnología 5G y catorce videollamadas después, recibí un mensaje del chico que me gusta diciéndome que su madre también me lee. Bárbaro, ¿me tiro del balcón por las teorías conspirativas o por una potencial suegra que me conoce sin conocerme? Yo sé que a ustedes les preocupa más mi estado civil que mi muerte, pero si seguimos así…en vez de morir nuestra cuenta nos van a matar ellos. No la familia de este chico, claro, sino el sistema. 

Todos están preocupados por el virus y a mí lo único que me preocupa es la tecnología. Sé qué viniendo de una escritora que habita en la zona de Silicon Valley suena como un oxímoron, pero últimamente he estado investigando tanto sobre el tema del crecimiento de torres inalámbricas, que la paranoia me llevó a contactar a un médico y a mi servidor de internet: Sonic. 

El correo electrónico al médico decía algo así:

 

Hola doctor:

 

Yo sé que usted tiene cosas más importantes que hacer que contestarme esta carta, como por ejemplo salvar a alguien de un cáncer de próstata; pero yo no puedo dormir tranquila por la noche sabiendo que las ondas de radio frecuencia van a alterar mi ADN, ¿me entiende? He leído que usted fue uno de los que se opuso a que instalen una torre de 4G cerca de nuestras casas, no llegué para esa petición, ¿pero usted cree poder integrarme en la próxima protesta? 

 

La saluda atentamente, una desesperada con insomnio.

 

La segunda carta fue dirigida a Sonic (el servicio de internet), mi preocupación ha escalado estrepitosamente porque no sé de donde viene el internet; mi único conocimiento es que es fibra óptica y que mi servidor dice: 5G.

Un debate agitado, dos horas de chat y una explicación para el Power Point, el señor me terminó dando una clase gratuita contándome que las torres de 5G son una iteración de tecnología celular móvil. Que sus enrutadores transmiten en 5 gigahercios y aunque suenen parecidos, no lo son. Ya que la fibra óptica utiliza  láser  para transmitir información y las torres de celulares lo hacen a través de radiación.

¿Gigahercios? Siglo XXI y me sigo preguntando porque no adaptan el vocabulario tecnológico al resto de los mortales. Amas de casa: ¿tengo el voto? 

El amoroso del vendedor de Sonic me dio una cátedra para escuela primaria, pero para una tipa como yo, que nací sin tecnología y abriendo el candado del teléfono para poder hablar con mis amigas, fue de mucha utilidad. En mi adolescencia no existían los celulares, y gracias a la ignorancia de no haber estado comunicados permanentemente, había menos dispositivos que atentaran contra la salud y el equilibrio social. 

La única amenaza era mi madre, que cuando se duplicó la cuenta de teléfono descubrió mi maldito truco de la invisible para abrir el trozo de metal que me separaba de mi grupo de pertenencia. 

Mi mamá no estaba en todo el día, supongo que pagar por nuestros vicios implicaba que trabajara el doble. Era escuchar la puerta cerrarse y poner los pies sobre la mesa mientras discaba mi futuras llamadas de tres horas y media. Nunca entendí el misterio de la gozada que sentía al hablar por teléfono tantas horas con mis amigas,  sobretodo en un ciudad tan chica como la que yo vivía, no había excusas para no encontrarnos.

El show se terminó al poco tiempo cuando la factura del objeto deseado reventó la paciencia de mi madre, obligándola a arrancar el teléfono de cuajo y poniéndolo en su oficina, cerrando la puerta con doble llave.

Yo tenía trece años, pasar de una invisible para abrir un candado a una llave maestra, implicaba que mi espíritu de pichi ladrona transmigrara a una ciencia un poco más exacta. 

Lo dejé en manos del Universo hasta que dos años después llegó el teléfono inalámbrico y nos salvó del calvario de la incomunicación. Todo crecía a mucha velocidad, y pienso que si mi madre hubiera seguido poniendo todos los teléfonos de la casa en su oficina, eventualmente con mi hermana hubiéramos llamado a un cerrajero pagándole desde nuestro sueldo de limpiar la casa. Una negociación que hicimos con mi mamá para tener dinero y dejarla a la pobre mujer de la limpieza sin salario.

Me acuerdo que el piso de mármol brillaba tanto que cuando no usabas los patines te ibas de hocico. ¡Con cuánta pasión lustrábamos los muebles y ordenábamos la casa! Le pasábamos el BLEM hasta a la heladera. Ignorantes y chiquitas esperando a cobrar para poder insertarnos en un mundo que requería del vil metal para poder participar. 

Pensar que ahora lo quieren sacar de circulación (al efectivo) así utilizan más plástico para poder controlarnos aún más.

¡Y nosotras que pensábamos que éramos controladas por nuestros padres! Nunca más volveremos a ser tan libres como cuando no existía la fibra óptica, las torres de celulares y los virus que ponen al planeta entero en cuarentena, bueno, salvo China, que ya están toditos en la calle comiendo sopa de nuevo.

¡Un abrazo virtual desde mi guarida de la calle Chestnut!

 

 

 

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