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Transhumanismo

Nada más revolucionario que The Matrix—cuando salió en el año 1999. Porque lo que va de esta última, no sabía si cortarme las cutículas de las uñas, contestar mensajes del correo no deseado o dormirme una siesta en el hombro del vecino. Por favor que alguien jubile a Keanu Reeves, ya. 

¿Soy la única que envejece con criterio? O sea siempre fue un pésimo actor, pero se lo perdonábamos porque la facha oscurecía cualquier guion. Ahora con casi 60 años no quieras pegar patadas voladoras, hacerte el filósofo con la barba larga y salvar el mundo que ya está vendido por la misma gente que te paga el sueldo, Keanu. 

Un desubicado importante, como todas personas que estaban ahí viendo una película anti sistema con el bozal puesto.

Perdón, se lo sacaban para cenar, creando una burbuja microscópica de vidrio por donde el virus no ataca, y después se lo volvían a poner sin lavarse la boca y con alimento entre los dientes. 

Lo que los va a matar es una cándida bucal, o yo con un 38 imaginario. Todos pinchados con el experimento, comiendo bastones de mozzarella falsa y fingiendo descubrir el misterio de una película más obvia que toda esta farsa que estamos viviendo. Pero bueno, es sabido, si creen que un trapo de tela los cuida de enfermarse de un resfrío, puedo suicidarme tranquila que no quedan más cartuchos disponibles.

En las 2 horas y 28 minutos que duró el film, pude rescatar solo dos frases: “más los manipulas y más energía producen”. “Sé que ustedes están luchando por un mundo libre, pero las ovejas (sí, juro que dijo ovejas) les encanta que las controlen y le digan lo que tienen que hacer”. Ay Neo, hacé algo por Dios, y parate derecho que pareces que tenés lordosis. Más que defenderme de los zombies parece que te vas derecho al acupunturista. 

Sinceramente, entre los embozalados, la poca química entre los protagonistas, los efectos digitales mal hechos y la predicción de ver la meta de querer transformarnos a todos en robots, casi me quedo dormida. Es que en realidad es una película para vakunados, que no sienten ni entienden nada entonces les parece un hitazo.

A mí la única parte que me gustó fue cuando mostraban la ciudad de San Francisco, hubo una espina que se clavó en el costado izquierdo de mi cuerpo, habiendo vivido ahí casi 10 años, fue inevitable. Pero después mi ángel guardián me envió la imagen de todos los cirujas haciendo caca en la calle y se me pasó en 5. Ese es el problema con la verdad, no da tregua.

Cuánta basura toda junta; los barbijeados, el script, Trinity andando en moto a los 60 años como si tuviera 20, las máquinas actuando como seres sensibles y un jardín artificial con frutas para convencernos de que no necesitamos del sol y del agua para comer sano, etc. 

Cuando creí haberlo sobrevivido todo, salgo del cine y tengo un mensaje de una amiga de Argentina que me manda la foto de un ex mío con el bozal puesto, que orgulloso, la subió a las redes sociales revolucionando con su estupidez. Y mi amiga—tan cínica como yo para los tibios—se desplomó de la risa porque no podía creer que uno de los hombres más gordos de mi prontuario cargara con un trapo sucio en la boca en vez de cerrar la boca y cuidarse en serio.

 

—Bueno Ceci, menos mal que no estás más con él, Dios sabe lo que hace—me dijo mi amiga aliviada.

 

—¿Y vos pensaste que yo creí ganarme la lotería cuando lo conocí? 

 

—Desde ya que no, pero de ahí al amor idílico hay un paso.

 

—Sí, más que un paso, 6 meses. Al final esta dictadura mundial ha servido para eso, también, ¿no? Vakunados con vakunados, hombres libres con hombres libres. Siento como un alivio en el pecho, ¿será normal?

 

—Sí Ceci, es que saliste del cine y te liberaste de Keanu Reeves, o del gordo, nunca lo sabremos.

 

Y así, atajando sobrepeso, películas clase B y los 15 dólares peor invertidos, llegué a casa y me tiré a ver cine en serio; con mi bowl de pochoclo, mis pantuflas puestas y una birome sosteniéndome el pelo.

No seré la mujer más codiciada de Florida, pero soy una pura sangre y eso es mucho en los tiempos que corren.

 

A vuestra salud, ¡guerreros!

 

Ceci Castelli

 

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