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En el 510 y en el 2000 también

Como los grandes titanes tecnológicos nos han sacado el libre albedrío de circular por la ciudad consumiendo música, comida y reuniones sociales, quedé obligada a bajarme una romántica de mi lista de gratuitos. La relación con Netflix se fue a la chingada cuando investigué que los 

p  e  d  ó  f  i  l  o s  que la financian son los mismos que suben películas y series predictivas, violentas y oscuras de cómo quieren que vivamos. Confieso que fue duro separarme después de quince años; tantos documentales de música y material de primera calidad en el laberinto de mi oscura memoria, no fue nada fácil. ¿pero acaso no es ese el desafío más grande de los tiempos que corren? ¿Saber decir NO cuándo la relación es tóxica? Privarnos de algo que nos hace bien cuando a la larga nos hace mal tiene que ver con la disciplina de la coherencia. 

Netflix y muchísimas otras corporaciones nos están introduciendo subliminalmente su programación, donde pago yo en vez de a la inversa. Por supuesto que esto no puede llevarse cabo a todos los niveles sino tendríamos que mudarnos de planeta, pero que te cobren para promocionar su perversidad sobre mi delicada corteza cerebral, como que no. 

Si hacemos un estudio profundo del contenido de Netflix, la mayor cantidad de información que está en la plataforma es sobre homosexualidad, abuso infantil, muertes, psicópatas con armas letales y un futuro desolador de lo que será el mundo en el 2050—según sus guiones no los míos, claro—.

Son como una especie de M K Ultra virtual, te van sembrando la realidad que ellos quieren materializar. Y el que sabe un poco de comunicación y marketing sabe que la estrategia de la repetición es mas vieja que el vino. 

Antes me tenía que cuidar de me estafaran emocionalmente, ahora de que me estafen psicológicamente. Si sigo así voy a terminar como el personaje de Lara Croft en Tomb Raider: subida a una moto, con la cintura llena de armas y lista para fusilar a los malos. Ay, Angelina Jolie, te admiré tanto cuando hiciste el papel de chica mala, una pena que después lo terminaste siendo. Maldito   H  o  l  l  y  w  o  o  d, contaminado del vicio de los predadores sexuales que inducen a través de la pantalla grande su simbología  s  a  t  á  n  i  c  a   y conductista. Harta del show me puse a buscar una película de amor, y para mi desgracia el buscador me preguntó: ¿qué tipo de amor: lésbico, gay, transexual, maestro/alumna, etc.? Tuve que introducir las palabras: “romance heterosexual”. 

Agradecí que no hubiera otro subconjunto de: ¿relación abierta, poligamia o monogamia? Esto es peor que la matemática, un conjunto de números hasta el infinito. Mi intención no es imponer mi heterosexualidad en el 

m a i n s t r e a m,  mi objetivo es hacerles ver que la separación que el sistema promociona (desde un lugar liberal cuando en verdad solo están alimentando la confrontación entre las diferencias humanas) es para generar una desigualdad contante de un grupo y otro. 

La cuestión es que de puñetera casualidad di con “Romance en el Expreso de Oriente”, creada en 1985. Un film basado en la unión de dos personas de distintos países que se conocen viajando por Europa y se enamoran. Con respeto, cuidado, paciencia, diálogo, pasión y alegría. Una película que me recordó el porqué estoy soltera, porque esos valores tal vez están siendo eliminados de nuestra esfera social. Donde el caballero pisa cáscara de huevo con la feminista que cree que dividir la cuenta por dos la hace más fuerte. Y aunque no pretendo entrar en el tema de géneros, esta película me recordó los valores tradicionales del cortejo y la importancia de lo que hemos perdido por ser tan reemplazables y devaluados. Una decadencia propia del siglo XXI: la falta de compromiso hacia el espíritu y el crecimiento personal. 

Cambio de pareja, cambio de sexo, cambio de valores, next, next, next.

Me pregunto que pasará cuando no les quede más nada por cambiar, este es el problema de la evolución: nunca es para afuera, sino para dentro. 

Y aunque agoten las posibilidades de experimentarlo todo, volverán al punto de partida y se darán cuenta que lo único que puede sostener un valor es que trascienda en el tiempo. Si no, gauchos queridos, es amor descartable, que dura menos que un encuentro de Tinder. 

Terminó la película y me fui a dormir feliz pensando que yo era Cheryl Ladd y que en algún momento un Stuart Wilson me encontrará.

Lo único, esperemos que no sea clonado o transexual o trabaje para Disney.

 

Buen lunes para todos, desde mi guarida de la calle Chestnut.

 

 

 

(El plagio es delito, si vas a compartir mi obra que por favor aparezca mi nombre al final del relato. Gracias).

 

Ceci Castelli

 

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