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Barbijo-free

Nada como salir a andar en bicicleta y tener todo el carril para mí porque la gente se dobleencerró con el aire contaminado de los incendios. 

Toman agua con flúor, consumen alimentos con pesticidas y están rodeados de portales radioactivos, pero el humito supongo que les dará un edema pulmonar. Los pocos vecinos que me pasaban a cincuenta kilómetros por hora me saludaban sin máscara solidificando la amistad de  los sin miedo. Libres y exentos.

En una época en donde la humanidad se divide entre esclavos y pensadores libres, compartir las pistas con los de mi especie sin tener que chocarme con una familia de seis enmascarados hasta la coronilla, podría considerarse un muy buen día. Cuando terminé de colgarle cinco estrellas a mi tarde, recibí una invitación para ir a una fiesta. 

No sabía si era un asesinato programado debido a lo que escribo, un acto de espontaneidad por parte de la comunidad liberal que me rodea o un simple “linda chica, la invito”. Cómo hace quince años que dejé de sacar conclusiones relacionadas con la intención de la gente, me adentré en la aventura de la exploración, agregando una sola pregunta a mi cuestionario: gracias por la invitación Nick, ¿esta es una fiesta en donde están todos con los bozales puestos?

—Ceci, te leo seguido, si mi fiesta fuera una de esas, jamás te hubiera invitado—me dijo este desconocido haciendo puente con mi carta astral. 

—Fui a pescar con mis amigos y tenemos 7 pescados para tirar a la parrilla. ¿Venís?

Mientras no me tiren a mí, pensé, ¿por qué no? El miedo provenía de que entre todas estas entidades masculinas me ahorcaran en el sótano y pusieran los pedacitos de mi sinceridad en frascos de conserva. Este planeta no está preparado para la honestidad, y lidiar con tanta evasión siendo la tipa franca que soy podría llevarme a la cuneta antes de lo esperado. 

A Nick lo conocí por una aplicación digital para conocer gente, tapar los agujeros de la soledad, restaurar el ego and move on. Desafortunadamente nunca nos conocimos, pero nos caimos muy bien y me agregó a las redes sociales cumpliendo cinco años de amistad virtual. Un éxito. Cuando me llamó para invitarme a su casa debatimos la situación política actual (y una lectura silenciosa de las cuatro páginas de la constitución), ya que si tengo que ver a alguien masticando Tuna a través de un barbijo la que se va al sótano solita soy yo.

Me dijo que la mayoría de sus amigos no usaban bozal en su casa, que le encantaría conocerme y que me animara a ir.

Después de haber perdido a dos amigas en esta plandemia, de no ver gente por ocho meses y de observar el delirio de una gripe, estaba preparada para mirar a una persona a los ojos y sentir el cosquilleo de no querer destruir a alguien con mi pensamiento crítico. Los dos pensábamos igual, y si bien soy vegetariana, por un desbarbijeado soy capaz de comerme hasta la espina. 

Llegué a su casa y entré por la puerta del patio, si planeaban matarme al menos tenía la posibilidad de saltar el tejado. Al ingresar había solo ocho hombres; bárbaro, con mi Taekwondo cinturón punta verde no llegaba ni a la patada en la costilla. Respiré hondo y confié en mi memoria visual por si en un futuro tuviera que hacer declaraciones en la corte. 

Saqué mi humilde bolsita de pan y queso francés y me abracé fuerte al único cuchillo que trabajaría en mi defensa.

Para mi sorpresa todos me dieron una cálida bienvenida y me hicieron sentir la única mujer del evento (slight cough). Estas son las reminiscencias de una plandemia: la gente se alegra de verte y te festeja como si fuera tu bautismo. 

Mientras mi amigo me quería hacer comer su Tuna pescado por él, yo no sabía cómo hacer para meterme los rectángulos de Brie en la boca y evitar todo contacto con un animalito que había sido sacrificado para alimentarme. 

Creo que esto lastimó sus sentimientos ya que al día siguiente me envió un mensaje diciéndome que tuvo la sensación de que lo evité toda la noche.

Evidentemente este chico no me conoce bien, ya que cuando evito a alguien tiro su cuerpo en la hoguera de mi memoria, cocinándolo con mi fuego interior hasta juntar las cenizas de todos los cuerpos acumulados en los últimos tiempos.

Me pidieron el número de teléfono, repartí mi alegría en una noche épica sin bozales y me volví a casa manejando pensando la vida que tenía antes de que la estupidez se duplicara y la sociedad le entregara al estado el poder absoluto sobre nuestras decisiones.

No nos engañemos, la cita fue con San Francisco, un novio que hace siete meses que me está dando la espalda.

Porque vuelvas a ser libre como la ciudad que alguna vez conocí y que jamás hubiera aceptado que la silencien.

 

Buen domingo para todos, desde mi guarida de la calle Chestnut.

Cecilia Castelli

 

(El plagio es delito, si vas a compartir mi obra que por favor aparezca mi nombre al final del relato. Gracias).

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