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INXS

Como me estoy quedando sin cosas por hacer me miré todos los documentales de música y por supuesto que di con el grande de Michael Hutchence, otro novio que se me escapó por andar de cuarentena, y bueno, por llevarme veinte años. Muchas novias, alta promiscuidad y una generación que nos separó por dos décadas. Hoy solo puedo acariciar la pantalla mientras te escucho y enterrar los arpegios en mi mano intentando llevar tus melodías a mi guitarra en liquidación y mi voz de no famosa a las redes sociales. Ay Miguelito, si hubieras vivido en esta época te hubieras suicidado por culpa del reggaeton, y la prensa seguro que hubiera culpado a tu depresión asociándola con tu vida de rockero sin sentido. O a lo mejor al coronavirus, que está más de moda que tu album Kick cuando estuvo primero en los charts australianos. Lo tenías todo y escucharte significaba tantas cosas que no hay literatura que alcance para describirte. Ahora ninguno se mata ni por equivocación y estamos todos atragantados conviviendo con la decadencia de una generación con mal gusto. Fuiste un adelantado, no te merecías morir y aunque mis escrituras no te traigan de vuelta nombrarte te revive en mi memoria como el genio que fuiste, poniéndome en las pistas de mi adolescencia gritando con la boca bien abierta “suicide blonde”. 

Casada con la verdad

 

Mi teléfono se quedó sin memoria por la cantidad de videos e imágenes que me llegaron por la cuarentena; el COVID, la gordura, la procrastinación, los negros cargando el cajón, el Apocalipsis, etc. 

¿Y todo esto porqué? Porque hay un temor intrínseco a la muerte que nos expone a reírnos pensando que a nosotros no nos tocará. Cómo si la muerte fuera peor que vivir sin un propósito. Y no sé ustedes, pero yo estoy viendo un desfile de ineptos que me hizo pensarlo dos veces. No la muerte, sino la forma de encontrarle un fin a la convivencia con tanto zombie listo para atajar el asteroide en el patio de su casa.

Una pandemia de incoherencias

La cantidad de alcohol y marihuana que he visto en las últimas tres semanas, no se la videollamada a nadie. Perdón, deseo.

El amor en los tiempos del COVID ha llevado a la humanidad a escaparle al silencio incluso frente a una pandemia, en donde en vez de aprovechar a conectarse con el séptimo chakra, han decidido experimentar con estupefacientes en una sala virtual.

Es para suicidarse, pero un funeral sin público no amerita que aún parta, sobre todo porque quiero ser cremada y de seguro que el censo dirá que fue porque tenía el virus. Ya participar en una mentira global es too much.

Entonces ahí es cuando agarro la guitarra y me pongo a rasguear aullando en lenguas para que mis hermanos me rescaten de una buena vez por todas. Pero mi suerte está echada y apareció uno de mis seguidores preguntándome: ¿Hay algo qué hacés mal?

En cuarentena con Freddy

Anoche tuve una cita con Freddy Mercury, bah, en realidad con Rami Malek: el actor californiano de padres egipcios que representó al cantante de la banda Queen. La película: Bohemian Rhapsody; la cantidad de veces que la vi: siete. No quiero pasear mis obsesiones musicales por mis escritos, pero tengo una sola pregunta para mi audiencia: ¿Por qué en la actualidad no hay bandas de este calibre? ¿Los músicos dejaron de ser creativos? ¿O permitieron que la tecnología hiciera el trabajo por ellos? Sonaré nostálgica conmemorando los ochentas como una década única en la historia del rock, pero no hay manera de nivelar esas voces con las bandas actuales—donde se escuchan más los sintetizadores que los cantantes en sí. Un litro de agua Tónica, dos baldes de pochoclo y un paquete de M&M después, me encontraba lagrimeando en la parte que Freddy le tira un beso a la cámara dedicándoselo a su madre. Esto por ejemplo a mí jamás me hubiera pasado. Primero porque mi madre no consume música (solo negocios inmobiliarios) y después porque se la tuvo que chutar en mi adolescencia cuando ponía el amplificador de cien vatios en el volumen máximo queriendo llevar mis canciones a una compresión natural de la rockera que vivía en mí. El estribillo de mi madre era: ¡Me tenés harta con esa música, bajá el volumen o te vas de esta casa!