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Cita con Elvis

 

En nuestro circulo de amigos compartimos muchas cosas, erizos, fotos de on-line dating, nuevos candidatos que entran y salen, divorcios, y nuestra colección de zapatos; que aparentemente se quedó corta ya que acabamos de conocer a alguien que nos lleva la delantera: Elvis, el Rey Del Punjab.

A Elvis lo conocí una noche cuando fui a bailar Bhangra; hablamos, nos reímos, intercambiamos números de teléfono y lo terminé invitando al Cat Club. Me dijo que tenía treinta y cinco años, le creí.

Después de rechazar mi oferta al Cat Club le terminé preguntando si era gay, ya que su manera metrosexual de vestir sumado a que vivimos en la ciudad más homosexual de Estados Unidos sinceramente me despistó.

(Nunca la humildad de pensar que yo no le gusto, arrogancia cultural, sepan disculpar).

Después de veinte mensajes de texto me dijo no, que no era gay, que solo tenía buen gusto. Cheers.

Coronel Bogado

Las llaves de todos los autos no era lo único que le robaba a mi madre cuando tenia catorce años; me siento orgullosa de declarar que ni bien cumplí quince años también le robaba las llaves de la casa del campo: Coronel Bogado. Un pueblo que quedaba a 49 kilómetros de la ciudad de Rosario. Mientras las chicas de mi edad se obsesionaban con viajar a Disneylandia para encontrarse con Mickey Mouse y comprarse manoplas blancas con puntos negros, yo me obsesionaba en juntar a mi grupo de amigas para irnos a Coronel Bogado a pasar el fin de semana de nuestras vidas.

Mi madre tenía muchas llaves, pero se ve que Dios quiso que yo gozara de mis aventuras porque a pesar de la confusión siempre le daba en la tecla. Les preparaba una listita a mis amigas de lo que tenían que llevar… Y debajo de la lista les ponía a cada una: — Vos le decís a tu mamá que vas a quedarte este fin de semana en lo de Micaela. A Micaela le decía que dijera que se quedaba en la casa de Irene, y así cubríamos el escape para que nadie sospechara de que nos tomábamos el colectivo El Alba en la avenida 27 de febrero a las siete de la mañana.

Despedida José Gregorio

Encontrarme con José Gregorio a las diez de la mañana para hacer un hike tiene que haber sido la mejor noticia de mi semana, pero no, en cambio fue su Mazda Miata descapotable en donde por primera vez en mi vida arriesgué mi juventud en las curvas de Stinson Beach pidiendo que bajara la velocidad y subiera la calefacción. Hacía un frío de la chingada, pero José tenía un plan: pelos al viento y The Cars a todo volumen. Lo que él no sabía es que yo también tenía un plan: no morirme tan joven.

— Pero vamos pana, que pasa, tú que manejas rápido te quejas ahorita, ¿cómo es la vaina? Me dijo él tan suelto.

— Cariño, yo lo hago para darle una lección a la gente, vos para darme un infarto. Dejame al menos recibir mis millones de dólares primero y después tirémosnos del acantilado.

Digitalmente in-seducida

Once de la mañana, dos encares virtuales simultáneamente. 

El primero lo dejo pasar porque al menos está soltero, el segundo sale con media ciudad de Rosario, el lugar que me vio crecer y me convirtió en el ser inocente que me habita.
De sobra tengo que agradecer al fotógrafo que tuvo un tercer ojo para sacarme la foto de perfil de mi red social, ya que estoy segura que ninguno de ellos me han agregado por la profundidad de mi alma.
Al primero lo voy a llamar Luis Miguel y al segundo Ernesto Gauna, para los desinformados: Pocho, La Pantera.

A la mamma no hay quien le gana

A veces la gente me pregunta porque escribo autobiográfico, me encantaría decirles que es porque leí muchos memoir’s y me sentí inspirada, pero la verdad de la milanesa es que decidí documentar mi vida para no olvidarme un solo detalle y así tener un registro impecable de mis experiencias. Como por ejemplo, este fin de semana llegó mi madre de Argentina…Y cuando hablábamos de la seguridad de nuestro país se bajó los pantalones y me mostró una braga con cierre. O sea, ropa interior con bolsillos por si te asaltan y te matan al menos tu dinero queda protegido.